Cuando hablamos de la deuda hay tres elementos fundamentales que debemos conocer bien: qué es la deuda, cómo se origina y cómo nos afecta. El comprender estos conceptos se antoja como una condición previa para poder enfrentarnos a la situación actual y, debido a la profundidad de su siñificado, concedernos un futuro en cuanto a sociedad. Veamos porqué.
Deuda pública se define como la cantidad de dinero que adeudan las AAPP a diversos acreedores. Esta deuda suele describirse como un tanto por ciento sobre el PIB. Esto es así porque son los datos relativos (en tantos por ciento) y no los absolutos los que informan de la capacidad de una economía para hacer frente a una deuda. Junto a la deuda pública, está la deuda privada, que se divide en la de los particulares y la de las empresas, que pueden ser financieras (principalmente bancos) o no financieras (empresas productivas).
Junto a esto está el déficit público que indica el agujero anual entre lo que se gasta y lo que se recauda. Si es superávit, habrá remanente de estas operaciones, es decir, un saldo positivo. Un último elemento lo compone el tipo de interés, que indica la cantidad de dinero extra a devolver junto con el capital que se tomó prestado. Es pues, el precio del dinero, lo que hay que pagar por obtener dinero.
Una vez aclarado estos términos, para poder comprender el origen de la deuda, debemos situarnos en el 2007 justo antes de la crisis. Ese año la deuda pública española rondaba el 37% del PIB, una cifra que nos hacía ser la envidia de la mayoría de los países de la UE (Alemania y Francia incluídos, que rondaban el 80%). Al mismo tiempo contábamos con un superávit de cerca del 2% del PIB con unos tipos de interés bastante bajos. En definitiva unas cuentas saneadas y „sostenibles“. Esto no quiere decir que los gobernantes hubieran estado trabajando bien. Lo había hecho bastante mal, permitiendo un crecimiento desorbitado del sector inmobiliario y permitiendo un endeudamiento masivo del sector privado. Pero lo que el Estado no era pues, es un derrochador. Se gastaba (mal eso sí) menos de lo que se tenía. Este hecho por sí solo, tira por tierra la explicación del „establishment“ sobre el origen de la crisis, que habla de derroche público como origen de ésta.
A partir del estallido de la crisis financiera internacional y el cierre del crédito, nos vamos a encontrar con un estado saneado, pero con una población muy endeudada y una banca con unos activos tan depreciados que técnicamente se encuentra en quiebra. La deuda de las empresas y la banca representaba 2/3 de la deuda total del país.
La respuesta del poder público ante esta situación se puede resumir en unas pocas palabras: salvar a la banca cueste lo que cueste. Aunque los mecanismos para llevar esta misión a cabo han sido muchos, éstos pueden ser simplificados en dos: ayudas (directas e indirectas) por un monto total de 246.000 millones de Euros y un segundo mecanismo más refinado que más bien se asemeja a la imagen que tenemos de un trilero. Los bancos privados van a disponer gracias al Banco Central Europeo (BCE) de una liquidez casi ilimitada. Esto quiere decir, que pueden tomar prestado dinero (público, claro está) del BCE a unos intereses bajísimos (no más del 1% y actualmente incluso al 0,25%) colocando para ello como garantía unos títulos que en el mercado no valían nada. Esta enorme inyección de dinero público les va a permitir sobrevivir en unos momentos en los que su cartera de activos está enormemente depreciada. Ese dinero público del BCE sin embargo es una ayuda que el Estado no puede recibir. Es por ello que los créditos que el Estado toma (entre otras cosas para salvar a la banca) los ha de tomar de una banca que obtiene su dinero líquido del BCE, que obtiene su dinero, a su vez, de los estados. La diferencia entre la manera de obtener dinero de la banca y el Estado está claro en el precio. Los Estados han de pagar tasas de interés de hasta el 5-6% para recibir un dinero que es suyo (el dinero del BCE procede de los Estados miembros). Así la banca se garantiza la supervivencia gracias al maná público y a la vez jugosos beneficios, mientras el Estado es sistemáticamente endeudado a tasas de interés prohibitivas.
En su conjunto, nuestros gobernantes (aquí y en Europa) han organizado un sistema que va convirtiendo la deuda privada (pero sólo esa de la banca no la de los individuos) en deuda pública. E incluso la gran industria se ve beneficiada mientras las personas son abandonadas. Y la deuda pública que crece como la espuma y va destinada a salvar a los causantes de la crisis sirve al mismo tiempo para justificar la regresión más grande de las políticas de bienestar social, no sólo ya contra los más pobres, sino contra el contra el conjunto de la población. Es así como el apoyo a la industria automovilística convive con reducciones en la educación de nuestros hijos. Como el salvamento de autopistas privadas se ven reflejadas en recortes de prestaciones sanitarias. Como impuestos indecentes al gran capital que solo pagan los ricos (las SICAV tributan al 1%) tienen su contraparte con subidas de los impuestos más injustos (como el IVA, que pagamos todos), como cambios tarifarios y legales en el sector de la electricidad para compensar la disminución de consumo se alinean junto a recortes a funcionarios y despido masivo de empleados públicos, como la no persecución del fraude fiscal masivo de nuestras grandes empresas y empresarios comparte primeras planas junto a una reforma laboral dantesca que elimina de un plumazo derechos ganados por generaciones. La lista no tiene límites y se ve alargada con cada día que tenemos que tenemos que vivir con este gobierno títere del gran capital.
En definitiva asistimos a una farsa que nos muestra como un problema que se originó en el sector financiero se ha ido transformando en un problema de todos, al transformarse las deudas privadas de ese sector en deuda pública y como la situación creada sirve a su vez para justificar la desposesión de los no culpables. El resultado: una población cada día más anémica, un estado con una deuda que ha crecido hasta el 100% del PIB (desde el 37% al inicio de la crisis), un pago de intereses que ya es la partida más grande de los presupuestos y al mismo tiempo una banca que vuelve a obtener pingües beneficios premiando a sus mandamases con bonos y salarios astronómicos. Ante esto, tenemos que nuestros sacrificios, nuestros recortes, nuestras tragedias en tantos hogares, nuestros suicidios por desahucios sólo sirven para mantener el privilegio de los de arriba, para salvar una casta que, más claramente que nunca, vive de nuestro sacrificio. Esta crisis no la solucionamos entre todos. La solucionaremos cuando hagamos pagar a los responsables.
Tenemos por tanto que comprender, más allá de la palabrería de un gobierno sumiso y de unos medios acólitos, adonde nos lleva esta situación. Recortar para que otros mantengan y amplíen privilegios nos lleva a una sociedad que abandona a enfermos para engordar cuentas de beneficios, que olvida a ancianos para salvar a codiciosos.
Como hemos visto la deuda tomada para salvar a los responsables de la crisis es el origen de los recortes. Pero es aún más. La deuda tal y como está planteada es un mecanismo de redistribución, una especie de sifón que lleva la riqueza creada entre todos hacia la cúspide, que es donde se acumula. España pasa por ser uno de los países más desiguales de Europa, con una desigualdad además creciente. Y éso es tremendamente injusto, primero porque es ésta élite la responsable principal de la crisis y segundo porque ya de por sí apenas contribuye al esfuerzo común de sostener las finanzas públicas, ya que apenas paga impuestos. Su aportación al estado se hace principalmente mediante la compra de deuda pública, de la que las grandes fortunas son las principales tenedoras. Sólo que esta aportación debe ser devuelta con sus correspondientes intereses.
Una segunda función de la deuda es la de servir como mecanismo justificativo de las políticas de regresión que padecemos y que atentan directamente contra derechos humanos fundamentales como el de la educación y el de la salud. Resulta evidente que las políticas regresivas no son populares. Para implantarlas hace falta pues un argumento explicativo y la existencia de la deuda cumple a la perfección esta función. Es por tanto el ariete utilizado para el objetivo perseguido, que no es otro que el de conseguir una sociedad más desigual y menos equitativa.
Ante esta situación no tenemos demasiado donde elegir. Si aceptamos pagar esta deuda que no es nuestra, pues se tomó no para nuestro bien sino para el de especuladores y bancos quebrados tendremos ante nosotros muchos años por vivir como los pasados con contínuas pérdidas de derechos y viendo como toda una generación abandona el país mientras soportamos como una casta inútil se perpetúa en el poder. O bien actúamos y nos decidimos a no dejar nuestra diñidad por el camino. Países como Islandia, Ecuador e incluso Argentina muestran que el camino para ello pasa por auditar y en caso necesario repudiar una deuda que no es nuestra. Para esto sin embargo necesitaremos el empuje de todos. Para deshacernos de políticos que nos traicionan, para recordarles a aquellos en los medios que cubren esta farsa, que no sólo cuando a uno se le despide se dice la verdad, sino que la ética profesional y humana lo exige antes, y aquellos que nos apalean y amedrentan cuando protestamos, que ya desde los juicios de Nürnberg sabemos que también aquellos que acatan ciegamente órdenes se pueden hacer culpables. En definitiva tenemos que comprender que el robo es tan grande y el daño tan inmenso, que ya no queda sitio para la sociedad y sus saqueadores. Parafraseando a uno de los personajes más siniestros de nuestro corto siglo XXI, tenemos que saber que se está con la sociedad o con quienes la sojuzgan. O con nosotros, el pueblo, o con ellos sus opresores. Empieza a no haber espacio para las medias tintas.
David Garcia.Politólogo PACD