“Las empresas están en el mercado para ganar dinero, el problema es la incompetencia de los políticos y los reguladores que no establecen límites adecuados”.
Afirmaciones como esta son la respuesta de célebres economistas, alguno de ellos asistentes al Foro Mundial de Davos, cuando se les pregunta si las empresas deben responder de su comportamiento poco ético durante la crisis. Según estos economistas las empresas no deben estar pendientes del bienestar de la sociedad o de la preservación del medio ambiente, deben preocuparse solamente de maximizar beneficios. Esta afirmación define lo que el profesor de filosofía Jordi Pigem llama “Economía Psicopatológica”, aquella en que las abstracciones justifican la falta de empatía hacia el dolor de otros seres humanos y la destrucción de medio ambiente, la cual, dicho sea de paso, sirve de base para las políticas aplicadas actualmente. Es paradójico que todos entendamos que las personas deban comportarse según ciertas normas sociales que faciliten la convivencia, lo que llamamos ética, pero que en cambio podamos llegar a dejarnos convencer de que las empresas, que son grupos de personas, no tienen que responsabilizarse de sus acciones ni actuar con la misma ética. Aún así, suponiendo que aceptáramos que los únicos defensores de esta ética en el mundo de los negocios son los reguladores, que es mucho suponer, sería interesante analizar qué dice la regulación sobre el poder de las empresas, sus decisiones y los encuentros como el de Davos.
Artículo 101 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea
“1. Serán incompatibles con el mercado interior y quedarán prohibidos todos los acuerdos entre empresas, las decisiones de asociaciones de empresas y las prácticas concertadas que puedan afectar al comercio entre los Estados miembros y que tengan por objeto o efecto impedir, restringir o falsear el juego de la competencia dentro del mercado interior […]”
A pesar de ser en un lenguaje un poco rebuscado la ley contra monopolio deja bien claro que las empresas no deben encontrarse para acordar entre ellas y falsear el juego de la competencia. En otras palabras, no deben hacer foros en los que planeen y se coordinen para enriquecerse y repartirse los mercados, presionar a los gobiernos, y perjudicar al resto de competidores y trabajadores. La ley norteamericana, el Sherman Act, establecida a principios del pasado siglo para frenar el imperio de Rockefeller dice más o menos lo mismo.
Después de leer lo anterior uno tiene la sensación de que la élite económica del mundo se ríe del resto de ciudadanas. Especialmente estos días, dado que este martes 22 de Enero arrancó en Davos, Suiza, el encuentro económico mundial llamado “The World Economic Forum”. En este encuentro la élite global se reúne para discutir sobre la agenda económica y política del año. Los asistentes al acto solo pueden serlo si son expresamente invitados. Aún así deben pagarse la entrada al acto, que cuesta 15.000 euros. Se calcula que los gastos medios de cada invitado para asistir rondan los 30.000 euros, entre el viaje y la estancia en Davos, conocido por sus pistas de esquí y su ambiente lujoso. A pesar del elevado precio nadie duda en asistir si es invitado, ya que nadie quiere prescindir de las enormes influencias que estos insignificantes 30.000 euros pueden generar.
Al acto asisten 2.630 representantes de 100 países distintos, entre estos, 680 Directores Ejecutivos y otros representantes de las mayores empresas del mundo (45 de la gran banca de Wall Street), políticos, jefes de estado del G20 y otros países clave; representantes de innovadores tecnológicos y científicos (en especial del campo militar y farmacéutico), filántropos (como el inversor George Soros, capaz de hundir economías enteras él solito) y medios de comunicación. Todo ellos son lo que Gramsci llamaría “las superestructuras”, (y lo que otros llamaríamos hilos de poder), concentradas a la sombra de las montañas alpinas del enclave suizo.
Entre estos asistentes De Guindos asiste como único representante del Gobierno español, mientras que la hija de Emilio Botín, Ana Patricia, consejera delegada de Santander UK, y por BBVA su presidente, Francisco González asisten representando a la banca española. De Telefónica asistirán dos altos ejecutivos, José María Álvarez Pallete y Carlos López Blanco. La construcción será el sector más representado con José Manuel Entrecanales (Acciona), Rafael del Pino (Ferrovial) y Javier López Madrid (Villarmir) que harán de relaciones públicas del ladrillo por los pasillos de Davos. Otros tres españoles de la esfera empresarial se dejarán ver en este club de influyentes. Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, Juan Luis Cebrián, también asistente asiduo a las reuniones de Bilderberg, por Prisa, y Rolando Balsiden, director de la consultora McKinsey. Otros asistentes serán el profesor de la Universidad estadounidense de Columbia Xavier Sala-i-Martí y Javier Solana que preside actualmente un think tank político de la escuela de negocios catalana Esade.
Entre otros temas se discutirá si se debe regular el Shadow Banking Business, el negocio bancario a la sombra, como lo es el encuentro de Davos. El Shadow Banking Business son los negocios de los intermediarios financieros que no son bancos (fondos de inversión de distintos tipos), a través de los que se canaliza la mayoría de la riqueza financiera mundial. Este sector financiero, que se encuentra fuera del control regulatorio de los estados, movió 67 billones de dólares en 2012 según el Financial Stability Board, y el valor hipotético (valor nocional) de los activos del sector es aproximadamente de 650 billones de dólares, unas 10 veces el PIB mundial. Este sector bancario permite la circulación de todo tipo de capitales que permiten especulación y explotación, abuso, y el mantenimiento de negocios sucios como las drogas, las guerras, y las dictaduras. Este sector es altamente lucrativo además de ser un mecanismo perfecto para esconder dinero, o sea el refugio perfecto para los villanos. Al no estar regulado, permite que la especulación y el riesgo asumido sean grandes, lo que genera gran volatilidad. Además, dada su falta de transparencia, es difícil evaluar la calidad crediticia de sus activos lo que lo hace aun más propenso a las burbujas y crisis. Este mismo mercado es el que permite por tanto que crisis financieras como la actual se generen, ya que la mayoría de productos financieros derivados, detonadores de la actual crisis financiera mundial, se comercian en este sistema a la sombra.
Es en este punto en el que esta historia hace que estallemos de indignación. Las mismas personas que se benefician de estas sombras van a discutir sobre si deben regular el sector. No debería haber siquiera discusión, por lo que el teatro que realizarán es ofensivo. Este caso es, para nosotros, paradigmático de lo que es el encuentro de Davos: una infracción en sí misma, un insulto y una agresión al bienestar y la libertad del resto de la población, un intento de amasar poder delante de nuestras narices y, como hemos visto, contra las leyes de los tratados y del sentido común, que nos dicen que este encuentro no tiene nada que ver con el progreso, la sostenibilidad socio-ambiental y el bienestar de los ciudadanos del Planeta Tierra. Apuesten algo a que el oscuro Davos no decidirá encenderle la luz al Shadow Banking Business… Y para eso estamos nosotras/os.