Fuente: Saque de Esquina, Eduardo Garzón.
El gran problema de endeudamiento que tiene la economía española reside fundamentalmente en el sector privado, y no en el sector público como parece desprenderse de los grandes medios de comunicación. A su vez, observamos que la mayor parte de la deuda privada corresponde a las empresas y no a las familias, y que de esa deuda empresarial española el 95% se le atribuye a las grandes empresas (aquellas con más de 250 trabajadores).
En este post nos centraremos en la otra pieza de la deuda privada: la deuda de las familias. Este endeudamiento se analizará teniendo presente la gran disparidad de renta que existe entre los hogares españoles, con la intención de descubrir si en el comportamiento de estos agentes económicos ha influido la cantidad de renta que poseen. Puesto que el mensaje que se palpa en el ambiente es que “todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” o que “todos hemos tenido excesos” (y que por lo tanto todos hemos de hacer sacrificios), este análisis pretende revisar la veracidad de esa afirmación.
Para ello empleamos los datos de la última Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España. Su año de estudio es el 2008, que al ubicarse justo después de la época de endeudamiento masivo de la economía española (1999-2008) nos viene muy bien para conocer la situación de las familias después de ese período.
Empezamos examinando la cantidad de hogares españoles que en el año 2008 presentaban algún tipo de deuda. Así descubrimos que en el año 2008 el 50,1% de los hogares españoles tenía algún tipo de deuda. El resto de hogares (el 49,9%) no estaba endeudado. Éste es un dato llamativo que contrasta con la famosa tesis que reza: “todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Los datos estadísticos oficiales nos dicen que no ha sido así, y que en todo caso solo la mitad de las familias se había endeudado por encima de sus posibilidades. La otra mitad de las familias españolas había adecuado sus gastos a sus ingresos y no había recurrido a tomar prestado dinero de ningún tipo. No me resisto a destacar que estas familias están hoy día pagando a través de aumentos de impuestos y de recortes de prestaciones públicas unos excesos con los que nada han tenido que ver.
Ahora realicemos la misma observación pero centrándonos en el tipo de hogares que hay en función de la renta que disponen. Para ello ordenamos a todas las familias españolas de mayor a menor renta, lo que queda reflejado de forma abstracta en la barra azul del siguiente gráfico. De esta forma los hogares más ricos quedan en la parte superior de la barra azul y los más pobres en la zona inferior.
Como podemos ver, si nos centramos en el 20% más pobre de las familias, solo el 16,5% de ellas presentaba algún tipo de deuda a finales de 2008. Si nos fijamos en la siguiente quinta parte más pobre, observamos que esa proporción alcanzaba el 42,3%. Para el resto de familias descubrimos que el porcentaje oscila entre el 61,2% y el 68,5%. Existe una gran diferencia entre el 60% más rico de los hogares y el 40% más pobre (y a su vez dentro de ese 40% también hay grandes diferencias). Dentro del 40% más pobre, muchas menos familias han recurrido al endeudamiento que en el caso del 60% más rico. Esta diferencia se vuelve abismal si comparamos la quinta parte más pobre de las familias con la quinta parte más rica. Estos resultados tampoco van en la línea del manido mensaje que nos responsabiliza a todos por igual del sobreendeudamiento español. Los datos nos revelan que las familias más pobres han recurrido bastante menos al endeudamiento que las familias más acaudaladas.
Pero no todas las formas de endeudarse responden a los mismos motivos. No es lo mismo que una familia se endeude para comprar su vivienda habitual en un contexto de disminución salarial y aumento vertiginoso de los precios inmobiliarios, que una familia que se endeude para adquirir una propiedad inmobiliaria distinta de la vivienda principal y luego aproveche para venderla cuando los precios suban. En el primer caso la familia se ha visto obligada a endeudarse para optar a la propiedad de su vivienda y en el segundo caso asistimos a una operación de especulación inmobiliaria. Parece evidente que la responsabilidad o culpabilidad relacionada con el endeudamiento difiere mucho dependiendo de si estamos en el primer caso o en el segundo.
Pues bien, ahora nos olvidamos de todos aquellos hogares que no se han endeudado y centramos la mirada en los que sí lo han hecho. Ordenamos estos hogares endeudados de mayor a menor renta y miramos qué parte de esa deuda se ha destinado a la compra de una vivienda habitual.
En esta ocasión nos encontramos con que cada estrato de hogares presenta una proporción diferente. La proporción de deuda destinada a la compra de una vivienda habitual aumenta conforme disminuye la renta. Tenemos así que para el 40% más pobre de las familias endeudadas el 73,4% de la deuda contraída ha sido utilizada para comprar una vivienda habitual. En el otro extremo nos encontramos con que para el 10% más rico de las familias esa proporción disminuye hasta un 42,2%. Observando el resto de estratos podemos extraer la conclusión de que endeudarse para adquirir una vivienda principal ha tenido más peso e importancia en las familias de menores recursos que en las más adineradas.
Ahora hacemos lo mismo pero con la proporción de deuda destinada a la compra de propiedades inmobiliarias distintas de la vivienda principal, actividad estrechamente vinculada con la especulación inmobiliaria.
En esta ocasión el porcentaje aumenta en función de la renta de los hogares, y con una intensidad más notoria que la anterior en el caso del 20% más rico de los hogares. Este tipo de deuda representa el 11,1% de toda la deuda contraída por los hogares situados por debajo del percentil 40. En el caso de los tramos ubicados entre el percentil 40 y el 60, el 14%; y en el situado entre el 60 y 80, el 18,5%. Para los dos últimos deciles el ratio es de 33,3% y 42,8%, respectivamente. Estos datos reflejan que endeudarse para adquirir propiedades inmobiliarias distintas a la vivienda principal tiene mucha más importancia en las familias más ricas (concretamente las situadas en el estrato del 20% más rico).
Resumiendo. A pesar de que a través de los medios de información convencionales se repita una y otra vez el mensaje de que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades durante los años de la burbuja inmobiliaria y que por lo tanto todo tenemos ahora que aceptar los sacrificios que se nos imponen, los datos oficiales muestran algo muy diferente. Centrándonos exclusivamente en la deuda de las familias comprobamos que la mitad de los hogares españoles no presentaban ningún tipo de deuda a finales de la burbuja inmobiliaria, por lo que, en primer lugar, el sobreendeudamiento familiar no se le puede achacar a toda la población española. Si atendemos a esa lógica comentada de que hay que pagar por los excesos cometidos, no parece tener mucho sentido que familias que no se han endeudado lo más mínimo tengan hoy día que estar sufriendo recortes en sus derechos sociales y subidas de impuestos. En segundo lugar, los hogares más pobres han recurrido menos al endeudamiento que los más acaudalados, y sin embargo sufren con la misma (e incluso mayor) intensidad los recortes sociales y subidas de impuestos. En tercer lugar, hemos visto que la mayoría del endeudamiento contraído por los hogares más pobres se ha destinado a la compra de una vivienda habitual, lo que nos hace pensar en la necesidad de haber adoptado esta decisión a tenor de los elevados precios inmobiliarios y la progresiva pérdida de capacidad adquisitiva. Es decir, muchos de estos hogares situados en los estratos más pobres no tuvieron más remedio que acudir al endeudamiento para poder disfrutar de una vivienda en propiedad. En cuarto y último lugar, una buena parte del endeudamiento contraído por los hogares más ricos (especialmente los situados en el estrato superior) ha sido utilizado para la compra de propiedades inmobiliarias distintas de la vivienda principal, lo cual revela que estas operaciones respondían a motivaciones caprichosas y no a necesidades de primer grado como lo es la compra de vivienda habitual que acabamos de comentar.
Ni todos nos hemos endeudado por encima de nuestras posibilidades; ni todos lo hemos hecho al mismo nivel; ni para los mismos objetivos. Y esto tendría que ser clave a la hora de repartir y afrontar las responsabilidades derivadas del sobreendeudamiento familiar español.